lunes, 30 de junio de 2014

CUANDO DESCANSA LA CARRETERA



(Primera edición, año 2012. Versión reeditada.)


Existen pocas cosas, o tal vez ninguna, más inciertas que el desenlace de un viaje por carretera. De hecho, la incertidumbre es un elemento sustancial e inherente al propio acto de viajar. Esto explica porqué los antiguos sentían tanto pavor cuando se veían obligados por las circunstancias a ponerse en marcha hacia algún sitio, a desplazarse de un lugar a otro, a abandonar la relativa seguridad de su residencia habitual para caminar al encuentro de otras tierras desconocidas y a menudo lejanas en un mundo todavía inhóspito y dotado de unas vías y medios de comunicación tan rudimentarios y peligrosos que hasta las distancias más cortas, bajo nuestra perspectiva actual, resultaban entonces inmensas. La mayoría de los hombres llevaba pues una existencia semejante a la de los árboles: enraizados en su ámbito natal hasta la muerte. Sólo se viajaba por imperiosa necesidad, inevitablemente, cuando no quedaba otro remedio, y cada viaje de la antigüedad podía constituir por sí mismo toda una proeza con ribetes de epopeya, de odisea, o de tragedia, aunque no mediase ningún testimonio oral o gráfico que pudiera constatar sus azarosas consecuencias. Por eso los grandes viajeros de la antigüedad (Marco Polo, Cristóbal Colón, Magallanes, y tantos otros) eran tenidos por héroes o semidioses investidos de un aura mítica y casi inmortal, y sus esforzadas andanzas por el mundo provocaban tanta sorpresa como admiración y estaban condenadas a perdurar en la memoria de la Humanidad.


Siglos de evolución, conocimiento y desarrollo nos han trasladado a un mundo globalizado en el que las distancias prácticamente no existen, y en todo caso los medios para recorrerlas son tan avanzados, rápidos, cómodos y seguros, por lo general, que los recelos viajeros de nuestros ancestros parecen haber perdido toda la razón de ser que tuvieron en el pasado. Y sin embargo, esa fobia de naturaleza eminentemente cultural, ese oscuro tabú transmitido de unas generaciones a otras, todavía pervive inconscientemente entre nosotros. No es casual que la mayoría de las personas se alteren emocionalmente ante la inminencia de un viaje, no importa que se trate de un viaje de placer voluntariamente elegido o incluso de un viaje de rutina realizado muchas veces con anterioridad. No existen dos viajes iguales, aunque transiten por idéntica ruta, y la incertidumbre siempre estará presente en cada uno de ellos transmitiendo al individuo una compleja variedad de emociones, algunas soportablemente llevaderas e incluso gratas y tranquilizadoras, pero otras no tanto, o más bien, por el contrario, realmente incómodas y causantes de desasosiego y temor.